“Aquí en el Infierno, el nombre de mi padre es mala palabra. Les tengo prohibido pronunciarlo. Yo mismo siquiera recuerdo que es mi padre. Desde aquel desencuentro fundacional, en los albores de la historia de los mitos, él y yo somos como el agua y el aceite y es la naturaleza de las almas la que define si habrán de hundirse en el abismo o si flotarán eternamente en ese cielo oleaginoso. Así pues, con el propósito de no mencionar su nombre, mi biografía omitirá el principio de la historia. Bastará con que sepan que existo desde hace mucho tiempo y que, según creo, existiré por siempre, porque aunque nada me ha probado que sea yo inmortal, lo más insano que se me ha profetizado es un confinamiento domiciliario apenas milenario.”
Con este párrafo tan absurdo como ingenuo, Federico de la Riera inicia su novela épica Autobiografía del Maligno, donde se dilata en la narración de lugares comunes referidos al Satán del catecismo, estructurada mediante una sucesión de enfrentamientos fabulosos en los que el demonio se lleva la victoria, intercalados en una masa de descripciones absurdas y mundanas, como la necesidad de contar con dos calderas por averno a fin de poder seguir quemando gente en la segunda cuando se descompone la primera.
Y todo esto escrito en quinientas diecisiete páginas de un estilo farragoso que prescinde de los puntos y aparte y que yerra implacablemente la redacción en cada una de las diez o doce ideas ingeniosas que contiene.
Una novela por demás olvidable si no fuera por sus trágicas consecuencias.
Cuando se escribe un relato en primera persona, siempre hay algún idiota que interpreta que la obra narra los hechos, sentimientos y pensamientos reales del autor. En este grupo, los idiotas más ilustrados argumentan que, si bien la historia es ficción, revela aspectos profundos de la psicología del relator; así, si el autor escribe la historia de un parricida en primera persona, el idiota ilustrado sostendrá la tesis de una desencontrada relación entre el autor y el padre del autor. Pero los más peligrosos son los idiotas fundamentalistas, y entre ellos, los fundamentalistas religiosos.
A de la Riera lo emboscaron en El Palomar, en la esquina de Pedriel y Caferata, un lunes a las cinco de la tarde, dos meses después de publicada su novela. Allí, cuatro muchachos en bicicleta, con capuchas franciscanas y muchas cruces cristianas lo hicieron bajar del auto al grito de “¡vade retro!” y, una vez probada la ineficacia del agua bendita, lo mataron clavándole en el pecho una estaca de madera con inscripciones en hebreo. Los atraparon a unas cuantas cuadras de allí, intentando ingresar a la Iglesia de Ciudad Jardín.
Investigaciones posteriores permitieron determinar que se trataba de una secta ultra católica muy reducida, formada por siete ex alumnos del Colegio Sagrado Corazón y un cura excomulgado.
El móvil se estableció sobre la base del testimonio de testigos que afirmaron haber visto a los delincuentes marcharse visiblemente emocionados al grito de
—¡Matamos al diablo! ¡Matamos al diablo!
Aún se desconoce la identidad de quienes proveyeron el arma homicida. Traducida al castellano, la inscripción en la estaca de madera simplemente decía “Hecho en Israel”.
Y dada la escasa calidad literaria de la obra, si es que hay cielo y hay infierno, se desconoce también el paradero de Francisco de la Riera.
¿Hay un Purgatorio para los malos escritores? Cuídate de no ir a parar allí, cristian XDDDD
ResponderEliminarTu me abrirás la puerta Felix, como un Mero Baldo de aquelarre.
ResponderEliminarHola Cristian, desde este momento soy seguidora de tu blog , es cierto que esta el cielo y el infierno y también el purgatorio , pero yo creo que todo eso se encuentra y esta en la tierra, donde se ríe se ama se sufre y se llora, y otros están a la espera del purgatorio para llorar o reír lo que la vida les guarde en ese momento.
ResponderEliminarUn placer pasar por tu bella casa blog y dejar mi huella escrita.
Un abrazo de MA .
Gracias MA, por darte una vuelta por mi reducto literario y dejar tu huella escrita.
ResponderEliminarY no te preocupes. Para perdurar, los infiernos debrán recurrir al truco de transformarse en paraísos.
Un abrazo.
me gusta.A Dante también!por lo menos, al que leo yo.Felicitaciones, Cristian!
ResponderEliminarGracias Paula!! Siempre es un placer tenerte por aquí. Te mando un abrazo a vos y un saludo a Dante. Me alegra que también a él le haya gustado. Ah! Su obra es dantesca.
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