viernes, 1 de enero de 2010

Vivir en la Ensalada (Cuento)

Es raro que uno se detenga a observar el contenido del tenedor cuando ya lo tiene delante de la boca. Todo el movimiento es automático, del plato a la boca, sin estaciones de verificación. Es así. Pero no fue así esta vez, cosa que agradezco a la Providencia, porque sobre el tenedor, asido trémulo a la comida, venía un gusano.
Siempre digo que hay que lavar bien la lechuga, pero aún así, no se está libre de alimañas dada la enrevesada topología del vegetal, que siempre habilita un escondrijo para los gusanillos más listos.
Hallar un gusano en la ensalada deviene invariablemente un problema ético: ¿Debo desechar la carga del tenedor o la ensalada completa? Las probabilidades de que exista un segundo gusano ¿aumentan con el hallazgo del primero? ¿Ha dejado el gusano hallado un rastro de inmundicia en las otras hojas del plato?
Cualquiera sea el caso, yo soy de los que descartan el bicho y siguen adelante. Pero resultó ser que el gusanillo dio un mal paso y cayó nuevamente sobre la ensalada, perdiéndose rápidamente en la espesura. Aparté un par de hojas de lechuga con el tenedor, allí donde supuse que había caído, pero no había rastros de la larva. Hay que ver lo rápido que se escabullen estos animalitos. Levanté con índice y pulgar un manojo de verdura para llegar a ver el fondo del plato, pero no había caso; allí no había nada. Debo confesar que los brotes de soja complicaban la tarea dada su similitud con la alimaña. Desplacé a diestra y siniestra la ensalada para amplificar un sendero natural por donde cabría sospechar que hubiera huido y comencé a recorrerlo con cuidado de no generar yo mismo senderos nuevos, sin significación para la tarea.
A poco de andar supe que la búsqueda sería más complicada de lo esperado. El aceite lo hacía todo resbaladizo y era difícil desplazarse por la superficie del plato. Lo supe con el primer resbalón. Caí sobre un aro de cebolla que se quebró al instante y me dejó llorando, doblado en medio de la ensalada. A tientas me arrastré hasta un corte de lechuga grueso, de esos que se cortan cerca del tronco y me senté a esperar que el lagrimal se calmara y el ojo se secara hasta dejarme ver.
Claro que ver no siempre era posible porque la espesura ahogaba la luz incidente y creaba sombras sobre sombras. Me incorporé despacio y retomé la búsqueda, sujetándome de la vegetación para no resbalar.
Al llegar a la ensalada, el aire del ventilador de techo derivaba en una brisa heterogénea que variaba de intensidad según los vericuetos del revuelto. Pero junto con el silbido de la brisa en las hojas, venían también otros sonidos; una suerte de murmullo de extrañas gargantas que se acercaba y se alejaba al son de los vaivenes de la brisa. Rápidamente supe que no estaba solo.

Me detuve en un claro para tratar de ordenar las ideas. Era seguro que allí había al menos un gusano. La perspectiva de varios gusanos no podía descartarse, dada la evidencia de murmullos lejanos. Cualquiera fuera el caso, era mejor estar alerta, de manera que me puse a afilar un segmento de aro de cebolla contra el borde del plato para fabricar una suerte de sable curvo que me hiciera sentir más seguro en ese inhóspito paraje. Una vez que el objeto estuvo razonablemente concebido, lo deslicé por detrás del cinto, desde arriba hacia abajo.
Avancé un buen trecho, siguiendo el rastro de las voces, pero éstas parecían acercarse y alejarse con independencia de mis movimientos. El cansancio me indicó que debía buscar un lugar donde descansar. Coloqué unas hojas de lechuga sobre unos tomates frescos y rápidamente improvisé un colchón aceptablemente mullido, guarecido debajo de un alero de cebollas y lechugas moradas. Mirando las aspas del ventilador de techo me quedé profundamente dormido.

No sé cuanto tiempo dormí, pero no fue un agradable despertar. Me sobresaltaron los ruidos, ahora sí, cercanos e intimidantes. Me puse de pie de un salto y desenvainé el sable de cebolla. Avancé dando giros para no dejar nunca la espalda desprotegida durante más de tres segundos. Salí del sendero y me oculté en lo más espeso de la ensalada para poder ver y no ser visto. Pude ganar algo de altura trepando un enredo de cebollas, brotes de soja y ralladura de zanahoria. Un olor nauseabundo fue saturando el aire lentamente hasta hacerse tan intenso que resultaba insoportable respirar. Oí un deslizar de cuerpos sobre la superficie aceitosa del plato. Allí abajo, unas hojas se movieron impulsadas por el indudable paso de unos cuerpos macizos y reptantes, pero no me fue posible verlos directamente. Con sigilo absoluto cambié mi posición, me deslicé por debajo de unas hojas cargadas de limón y asomé la cabeza para observar la caravana con mejores chances.
Cinco grandes gusanos marchaban uno detrás de otro, arqueando su regordeta fisonomía hacia arriba y hacia abajo, dejando una pátina de baba tras de sí que formaba hilachas sobre la capa de aceite. Sin cabezas reconocibles, tenían no obstante un par de ojos al frente muy negros y pequeños y un aparato bucal abominable que se abría y se cerraba levemente conforme caminaban, produciendo un resuello sonoro como un ronquido. Mientras avanzaban movían su extremo anterior a izquierda y derecha a modo de cabeza en clara señal de estar buscando algo.
Detrás de los gusanos marchaba un séquito de criaturas de menor talla y desquiciada fisonomía, que sin embargo parecía adaptarse perfectamente a las condiciones de su entorno. Se movían con unos latigazos espasmódicos que siempre causaban temor por su velocidad. También parecían estar buscando algo.
En un instante de intuición tomé conciencia de que esa patrulla de absurdas e indescriptibles criaturas me estaba buscando a mí. Sí señores. Yo, que había descendido a la ensalada en busca de un gusano, era ahora perseguido por un séquito de ellos y debía permanecer oculto entre lechugas y tomates para no caer presa de sus inimaginables propósitos. Yo, que sostenía el tenedor por el mango, debía ahora defenderme con una sable de aro de cebolla, cuya eficacia además, jamás había sido probada. Yo, que estuve a punto de comerme al gusano, estaba ahora en peligro, de ser devorado por ellos.
La caravana de gusanos se perdió en la espesura llevándose sus voces y su olor lejos de allí, y yo me quedé inmóvil en mi escondite sumido en una parálisis que siquiera me dejaba pensar. Finalmente volví a la vida, salí del escondite y regresé al sendero. Me dí cuenta que debía pertrecharme aún más. El problema logístico era importante. No tenía agua, ni elementos con los que montar un campamento y no es mucho lo que se puede hacer con una ensalada. Comida había en abundancia, aunque no muy alta en proteínas y el tomate podría proveer la dosis de agua necesaria pero ¿Cómo hacer una choza, un vallado de seguridad y un fuego combinando cortes de lechuga, tomate, cebolla, brotes de soja, zanahoria rallada, aceite y limón?
Solo había una solución: desplazarse permanentemente y efectuar minuciosos reconocimientos de cada área para tener siempre a mano un escondite seguro. Y vigilar, vigilar siempre para estar a resguardo de la presencia hostil de los gusanos.

Un nuevo griterío interrumpió mis cavilaciones. Pero ahora, junto al resuello, parecían llegar también voces humanas.
El piso del plato vibró indicando una multitud. Me dirigí hacia allí de escondite en escondite. La visión me dejó atónito. No menos de treinta hombres y mujeres permanecían sentados en un claro de la ensalada, rodeados por cinco o seis gusanos que a modo de centinelas recorrían el perímetro. Los humanos tenían muy mal aspecto. Estaban harapientos, sucios y despeinados. Sus miradas estaban vacías, no había ni esperanza ni temor ni actividad alguna en esos ojos. Simplemente yacían allí, sin más que esperar la muerte como presas para ser devoradas. Nadie hablaba, nadie se miraba, eran muchos pero estaban profundamente solos, hundidos en algún recóndito rincón de la mente, latiendo, gimiendo, inevitablemente vivos y desesperados, pero sin dejar rastro ni evidencia de su desesperación.
Todo mi periplo absurdo cobraba vida al fin; ahora sabía qué estaba yo haciendo allí: debía rescatar a estos hombres de aquellos gusanos opresores; debía liberarlos y traerlos de vuelta de su limbo; debía empujarlos hasta el borde y sacarlos fuera del plato, dejando atrás para siempre esa ensalada demencial plagada de gusanos y alimañas.
Pero no podría con todos a la vez de modo que urdí un plan. Uno a uno los iría rescatando, saliendo de mi escondite súbitamente, sujetándolos como pudiera y arrastrándolos hasta un lugar seguro para poder ir por el siguiente. Uno a uno los iría rescatando. Seguro que lo haría. Luego vería como volverlos a la realidad. Lo más importante era huir de los gusanos.

Me acerqué sigiloso y me coloqué a unos cuantos pasos de una chica que estaba balanceando su torso hacia delante y hacia atrás. Llamé su atención para que detectara mi presencia. Me vio y se turbo, pero rápidamente le hice una señal de silencio cómplice con el dedo sobre mis labios. Entonces miró el piso y siguió balanceándose.
Esperé unos minutos el momento oportuno y cuando los gusanos-centinela parecieron más distraídos me abalancé sobre ella y traté de sujetarla por debajo de las axilas. Pero la chica comenzó a moverse y a gritar espasmódicamente de manera que al instante toda la guardia de gusanos se abalanzó sobre nosotros.
Muy contrariado la arrastré como pude fuera del círculo mientras todos los demás humanos gritaban como animales y se turbaban de un modo irracional, balanceándose y golpeando el suelo con las palmas.

Tres gusanos vinieron detrás de nosotros y otros más comenzaron a llegar desde todos los rincones de la ensalada. Después de una huida de unos cuantos metros, uno de los gusanos sujetó a la chica por el pie y dos más se abalanzaron sobre ella. Otro me sujetó a mí con una gran ventosa y me quedé inmóvil observando lo que ocurría con la chica. El olor de las criaturas era insoportable. La chica muy sobresaltada seguía moviéndose sin coordinación. Entonces un gran gusano comenzó a envolverla con una suerte de baba fibrosa que al cabo de unos segundos la dejó inmovilizada. Una segunda criatura esgrimió desde los fondos de su costado un aguijón del tamaño de una espada y se lo clavó en medio de la frente para levantar luego el cuerpo de la chica desde el aguijón mismo. La chica solo atinaba a proferir unos gritos apagados que no representaban cabalmente el horror de sus ojos. Una multitud de gusanos se la llevó hecha un capullo, perdiéndose entre las lechugas.
Entonces dos gusanos más se acercaron a mí. Comprendí que sería objeto de similar tratamiento y empecé a moverme con todas mis fuerzas. Por un momento logré zafarme del gusano ventosa que me sujetaba por la espalda, pero rápidamente fui reducido por los otros que me succionaron con fuerza y gran profusión de baba. Me sujetaron entre muchos, no se cuantos, el olor no me dejaba pensar. Entonces uno de ellos se dio vuelta y desde alguna obturación trasera comenzó a envolverme con la baba fibrosa. Nada que hiciera podía librarme de sus hábiles movimientos envoltorios. Finalmente quedé atrapado y sumido en el más profundo horror.
Me colocaron boca arriba sobre una suerte de tabla entretejida con aros se cebolla y me arrastraron como un trofeo frente a los demás humanos que permanecían inmóviles y aterrados.
-Aquí tienen ustedes a un representante de su especie –dijo.
-Parece que el señor encontró un gusano en la ensalada –y esbozó una suerte de sonrisa de gusano.
Los demás gusanos se habían dispuesto en una doble hilera formando un pasillo por donde arrastraban mi cuerpo envuelto en el capullo de baba. Al verme pasar me gritaban frases infames entre risas burlonas
-¿Qué puede hacer un gusanillo en la barriga? ¿Eh? ¿No habría sido mejor comerlo y callar?
-Tenemos también una sopa con moscas ¿eh, amigo? No, mejor una sopa “de” moscas.
Las burlas seguían pero yo ya no las escuchaba bien.
Finalmente me detuvieron. Dos gusanos me incorporaron y un tercero se acercó con su enorme aguijón en alto, listo para matar. Yo no quería morir, señores. No quería morir así, presa de esas bestias putrefactas, digerido por un gusano de la fermentación de la lechuga. Pero nada podía hacer más que resistir con la mirada en pié de guerra.
El aguijón me entró por el cuello y rápidamente sentí un adormecimiento frío y una rigidez, como si una metamorfosis química estuviera transformándome la carne en vidrio. El proceso me oprimió el cuero cabelludo y comenzó a bajar por la columna invadiendo mis extremidades.
Mientras tanto, los captores me llevaron frente a un gran gusano. Era inmenso y apestoso. Más horrendo y apestoso que todos los demás. Abrió su boca pastosa y fétida y con una voz de ultratumba me dijo.
-Esta es tu condena por negarte a comer nuestra ensalada.
Abrió aún más su inmensa boca y los dos que me sostenían me lanzaron hacia dentro como a una bolsa de papas.
Aterricé en las mullidas gargantas del gran gusano y desde adentro pude ver como la boca se cerraba casi por completo, dejando una tenue hendija por la que llegaban voces de gusanos conversando. Las oía como si fueran proferidas sobre un fondo de silencio absoluto, como si sonaran desde dentro de una cueva, lejanas pero cercanas. Voces calmas y domésticas.
-¿Otra vez problemas con el de la 16?
-Así es, preciosa. Armó un gran revuelo en el almuerzo. A una de las internas la arrastró de los de pelos por todo el comedor. Y siempre a la hora de comer. Mira la hora que es y todavía no he probado bocado
-Tu te quejas pero yo siempre almuerzo a esta hora. Hay un lindo lugar en la avenida, al lado de la galería
-Tendrás que mostrarme donde es. Si tu aceptas, yo invito
-Acepto. Dame cinco minutos que guardo los escobillones, me arreglo un poco y bajo
La hendija se cerró completamente y junto con el silencio y la oscuridad, el vidrio frío llegó a los lóbulos frontales. Cerré los ojos y no supe nada más.

2 comentarios:

  1. Ja ja,muy loco tu cuento,pero pensaré más de una vez,antes de llevarme el tenedor con ensalada a la boca,creo que voy a renunciar a ellas....con lo que me gustan,muaaaaaa!!!!

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  2. ¿De verdad podrá haber ejércitos de gusanillos pequeños en la ensalada? Una cosa es hallar uno, sacarlo fuera del plato y con disimulo seguir adelante....Pero ahora que leo ésto, ya no es igual. Nunca más para mí será lo mismo saborear una ensalada mixta.
    Muy bueno, otro día leeré otro. Necesito tomarme mi tiempo para degustar estos sabrosos cuentos como es debido.
    Cariños Nancy.

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