—Estamos
llegando a reemplazar un oso por un perro —dijo el sujeto, y azuzó a la yunta
de caballos.
Como en
casi todo el trayecto, la frase carecía de sentido.
—Eso es
bueno, los perros son más mansitos —comenté para no dejarlo tan solo en su
delirio.
El hombre
me volvió a mirar de reojo, conjuró un leve gesto de fastidio y aclaró.
—“Reemplazar
un oso por un perro” es el nombre del pueblo al que estamos llegando.
Siempre
había que tomarse unos segundos para interpretar lo que decía. Su discurso,
sintácticamente impecable tenía sin embargo una semántica enrevesada y muchas
veces ininteligible.
—Vaya
nombre para un pueblo —dije, y me quedé buscando el caserío entre el devenir de
las lomadas.
—Es el
nombre más común del mundo. Es como llamar Rubia a una rubia o Negro a un
negro.
Hablaba
mirando la lejanía mientras guiaba el tiro de la carreta.
—En
“Reemplazar un oso por un perro”, la gente se pasa la vida reemplazando un oso
por un perro. No podría, entonces, existir un nombre más común para este
pueblo.
Algo enrarecía
la frase una vez más. ¿Se pasan la vida reemplazando osos por perros o un único
oso por un único perro? Lo primero tenía más sentido, pero en el fondo, la
frase decía lo segundo.
—Con esa
práctica, ya no deben quedar osos en la región —arriesgué.
—Nunca ha
habido osos por aquí.
Creo que el
sujeto realmente ignoraba que estas acotaciones me dejaban sumido en una
crispación del intelecto que oscilaba entre el intento de resolver el enigma y
la duda acerca de su inescrutable cordura.
Resolví
dejar de lado la actitud timorata de quien supone que no está entendiendo lo evidente,
para impactar de plano con la lógica de Aristóteles.
—Si nunca
ha habido osos —lo increpé— ¿Cómo es que se pasan la vida reemplazándolos por
perros?
El hombre
detuvo la yunta, se acomodó en el banquillo apuntando hacia mi humanidad y me
miró directamente a los ojos.
—Reemplazar
“un oso” por “un perro” en “Reemplazar un oso por un perro” es igual que
“Reemplazar un perro por un perro”. Y no necesitamos osos para eso ¿verdad?
Por varios
minutos permanecí absorto tratando de elucidar el acertijo.
Ahora la
carreta se había detenido en un cruce de caminos. Una flecha a la derecha
rezaba “Reemplazar un oso por un perro, 10 Km ”.
Entretanto,
el acertijo no cedía. Yo negué con la cabeza y expresé por lo bajo
—Eso nunca
nadie lo entenderá.
El sujeto
meneó a su vez la suya y remató por lo bajo
—“Nunca
nadie” es “a veces alguien”. Pero, ciertamente, no será usted. ¡Arre!
Los
caballos aceleraron como despertando de un ensueño y la carreta siguió de largo
ignorando el cruce.
—¿No vamos
a pasar por el pueblo?
—Olvídelo.
No tiene caso.
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